viernes, octubre 12, 2007

De feudos, reyes y los extremos

-Me despidieron luego que el rey se suscribió a ese sitio de chistes on-line.
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Cuando a menudo me dicen que los extremos son malos, nunca pensé que podría llegar a estar de acuerdo con esa afirmación. Siempre, bueno no sé si tanto, casi siempre, ok, a veces, traigo a colación el interrogante qué tan malo puede ser amar con total pasión, entregándolo todo por el ser amado, o cuánto de malo puede tener ser honesto en el extremo (aunque suene contradictorio como el "te voy a ser completamente sincero").

Pero tanto me lo repiten que me puse a pensar en extremos que pudieran ser malos, o peligrosos. Y creo que los encontré. Son los extremos de las oficinas. Si te fijás, en tu empresa o en tu organización, verás que en alguna esquina se encuentra la mejor oficina, la más grande, la de mayor luz natural, la más cómoda, la de mejor vista, la mejor equipada, la que por estar en el extremo, puede ser mala.

Usualmente, son ocupadas por los mandamases, ciegos seres de firme procederes. No todos son ciegos. Algunos son tuertos. No, en serio, no todos son malos, pero hoy tengo un ánimo pésimo. Sigamos con los de firmes procederes. Se equivocan en grande pero se convencen de que no. Es el poder divino que les fue conferido, como a los reyes de la época feudal. El tarjetero de oro, la mont blanc y el sillón que casi parece un BMW. Es el trono, es el cetro, es el lujo real.

En general, cada equivocación los empuja a una nueva aventura, desmesurada, algunas veces con gotas de tímida lógica, pero siempre, o casi siempre (no me quiero parar en un extremo) con caída libre y vertical a una nueva equivocación.

Estos reyes y dueños de los esclavos de la era de la red de redes, cometen los mismos errores y atropellos que impunemente (y legalmente) cometían sus antepasados de sangre azul divina. En la época feudal, los tiranos invocaban su poder divino, razón celestial que justificaba avasallar al pueblo, a los vasallos, a los súbditos.

La versión actual y remixada de wi-fi, agendas electrónicas, blutú y todo aparatejo ultramoderno posee poder sumario empresarial. Se sientan en sus oficinas de la mil comodidades y dicatorialmente determinan qué es fácil hacer, y que no lo es respecto del trabajo a desarrollar por alguno de los esclavos, perdón trabajadores, de su séquito. Lo más alejado el rey del pueblo, más tajante será la atrocidad de la proclama soberana.

La verdad no se crea en una oficina. Antes se mataba al mensajero, ahora se despide al empleado. La noticia y el evento adverso siguen latentes, pero escondidos tras el manto de realidad con el que se lo viste. Y la verdad no se ve, aunque se trate de la oficina más iluminada.

Los reyes comían en su lujosa platería y de a manjares suntuosos. Al pueblo, ni el resto se les daba. Hoy es muy similar, como si ellos debieran comer diferente por inteligencia, cargo o sabiduría. Cuando un rey come con otros reyes, a los vasallos se los esconde, se los priva de su derecho a alimentarse, en la mesa real no hay espacio para la mugre del pueblo.

Ninguna tarea es tan simple como dicen los reyes, ni tan compleja como mentimos los plebeyos en los cubículos. Cada cosa debe evaluarse con atisbos de objetividad, algo que cuando se llega a una de los extremos de las oficinas, natural y lamentablemente, parece que se pierde, o al menos se esconde tras el manto divino de la irrealidad.

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