Mi Cubículo

No todo es siempre del color que se ve. Una suerte de tendencia auto-destructiva nos pinta las cosas en tono de grises, como si se tratara de un Guernica. El llanto y el dolor al extremo, al relieve. No se sabe bien porqué, o al menos yo no lo sé. Le podría pedir algunos apuntes a mi hermana que estudia Psicología, pero no lo voy a hacer. ¿Para qué? No los voy a leer. Así las cosas, no todo es del color que se ve.

No solo lo digo para cuando vemos todos gris oscuro latoso triste deprimente. La cuestión también aplica para aquellos otros que usan anteojos multicolor y ven paletas de colores bailando en una cruda noche de invierno. Hay gente así. Les llaman optimistas, aunque creo que el nombre está mal puesto.

Como sea que esto fuera, las cosas están ahí.

A veces elegimos de qué color verlas. El verde esperanza prevalece para lo que siente buenaventura y los grises opacos para aquellos que están en las sombras. El rojo pasión es amigo de los enamorados y el arco iris acompaña a la comunidad homosexual. ¿Será porque se aceptan todos?

En otras oportunidades sentimos que alguien o algo ya pintó todo por nosotros, no hay opción, no hay chances, no hay color. Nunca es eterna la primavera, ni tampoco el invierno. Tampoco es cuestión de quitarse los anteojos oscuros, los anteojos que debemos quitarnos son los interiores, se llaman subjetividad. Quizás sin ellos podamos ser objetivos. Pero como en todo, lo bueno (y difícil) es el equilibrio, una paleta con todos los colores, un invierno con días soleados, ver las cosas del color que son, pero con nuestros ojos, claro.