sábado, mayo 05, 2007
Mala Corporación
No conozco a nadie que esté mal por haber salido de una multinacional. Pero a nadie. Ni siquiera uno. Quizá no conozca la cantidad de gente suficiente como para que la estadística me juegue una mala pasada y derribe mi primera oración.
He visto y he conocido gente salir de largas corporaciones. Por motus propio y por la puerta de atrás, escupidos y lanzados a la calle como si fueran los peores. De los altos estratos y de los más bajos. Iba a poner de los más importantes hasta los menos, pero la importancia de alguien no pasa por el cargo que ocupa en una de estas empresas, y en ninguna otra.
Se ha ido gente con fecha programada, que pasaron saludando y deseando buenos augurios para los que quedábamos. Se ha ido gente llena de resentimiento volcado días más tardes en un correo electrónico de esos que paralizan a todos los sectores y tienen eco en susurros entre compañeros por varios días. Otros han partido en el más misterioso silencio y los susurros por ellos devinieron en tremendas conjeturas prolongadas en largas leyendas laborales.
Todos nos iremos algún día, por una puerta o por otra. Por decisión de ellos o por decisión de nosotros. Ninguno de nosotros es imprescindible en ninguna corporación. Ahora sí, mientras estamos en la empresa, es decir cada día al cruzar la puerta de entrada somos los únicos que podemos hacer una cosa, sea esta un reporte, un gestión de ventas, una organización de eventos, o lo que sea lo que nuestro destino laboral nos depare. Hasta que no podemos entrar al sistema, y los chicos de sistemas están todos tomando café o fumando. Luego llega el escribano, nos llaman a la oficina temida y nos toca firmar. Algunos pensamos primero en todo lo que queda por hacer, el reporte, la venta, el evento. A otros nos invade el futuro inminente, volver a preparar un resumé, volver a ver el diario. Otros sacan cuenta de la indemnización, quizás el proyecto de siempre podría hacerse realidad. Y así, en esas condiciones nuestra firma sale como sale. No he escuchado que nadie vuelva a reclamar su puesto de trabajo porque la desvinculación firmada no estaba firmada por él. Pero un desconocimiento de firma tal vez sea válido.
Y cuando salimos, nuestra empresa es la peor. Comenzamos a ver todo lo negativo. Lo mismo negativo que veíamos desde adentro, pero multiplicado para poder enfrentar lo que nos espera afuera. Todas las corporaciones tienen lo suyo. Todos nosotros tenemos lo nuestro. En definitiva, no existimos por separado, sino que somos todos uno, dentro o fuera del trabajo.
Buenaventura para los que han partido, buenaventura para los que permanecen, buenaventura para los que vendrán y/o reingresarán.
He visto y he conocido gente salir de largas corporaciones. Por motus propio y por la puerta de atrás, escupidos y lanzados a la calle como si fueran los peores. De los altos estratos y de los más bajos. Iba a poner de los más importantes hasta los menos, pero la importancia de alguien no pasa por el cargo que ocupa en una de estas empresas, y en ninguna otra.
Se ha ido gente con fecha programada, que pasaron saludando y deseando buenos augurios para los que quedábamos. Se ha ido gente llena de resentimiento volcado días más tardes en un correo electrónico de esos que paralizan a todos los sectores y tienen eco en susurros entre compañeros por varios días. Otros han partido en el más misterioso silencio y los susurros por ellos devinieron en tremendas conjeturas prolongadas en largas leyendas laborales.
Todos nos iremos algún día, por una puerta o por otra. Por decisión de ellos o por decisión de nosotros. Ninguno de nosotros es imprescindible en ninguna corporación. Ahora sí, mientras estamos en la empresa, es decir cada día al cruzar la puerta de entrada somos los únicos que podemos hacer una cosa, sea esta un reporte, un gestión de ventas, una organización de eventos, o lo que sea lo que nuestro destino laboral nos depare. Hasta que no podemos entrar al sistema, y los chicos de sistemas están todos tomando café o fumando. Luego llega el escribano, nos llaman a la oficina temida y nos toca firmar. Algunos pensamos primero en todo lo que queda por hacer, el reporte, la venta, el evento. A otros nos invade el futuro inminente, volver a preparar un resumé, volver a ver el diario. Otros sacan cuenta de la indemnización, quizás el proyecto de siempre podría hacerse realidad. Y así, en esas condiciones nuestra firma sale como sale. No he escuchado que nadie vuelva a reclamar su puesto de trabajo porque la desvinculación firmada no estaba firmada por él. Pero un desconocimiento de firma tal vez sea válido.
Y cuando salimos, nuestra empresa es la peor. Comenzamos a ver todo lo negativo. Lo mismo negativo que veíamos desde adentro, pero multiplicado para poder enfrentar lo que nos espera afuera. Todas las corporaciones tienen lo suyo. Todos nosotros tenemos lo nuestro. En definitiva, no existimos por separado, sino que somos todos uno, dentro o fuera del trabajo.
Buenaventura para los que han partido, buenaventura para los que permanecen, buenaventura para los que vendrán y/o reingresarán.
Etiquetas: reflexión de salida