jueves, marzo 15, 2007
Trabajar demasiado
Lo importante en casos extremos es tomar conciencia de las consecuencias que podemos producir. Esconderse, evitar confrontarse, mentirse, muy lejos de ser el primer paso hacia la solución, llevará a una realidad irremediable.
Tu escritorio es un cementerio de cafés. No los has terminado por impedimento del ida y vuelta de tus tareas cotidianas. El negro líquido se enrojece intermitenmente. Resplandece y se apaga a trasluz de los vasitos plásticos, es tu contestador automático. Parpadea más que quinceañera enamorada cuando hace ojitos a su príncipe azul. Mensajes que se acumulan a todos los que te dejaron durante la teleconferencia de esta mañana. Larga, pesada, improductiva, como vaca vieja. Algunos toman café, pero vos no podés. Los dejás morir al lado de tu computadora. Has enviado varios correos electrónicos para disculparte de las otras conferencias telefónicas en las que deberías estar participando o haber participado, pero que otra más importante (en tema o porque te la pasó tu jefe) te lo han prohibido. Lo único bueno de estas conferencias es no tener que verle la cara a los otros y poder hacer muecas de no entiendo o de no te soporto o de me duermo sin riesgo alguno. Bostezar tranquilo es un placer como lo es comer chocolates mientras los otros discuten. Nunca sabés qué hora es, te guías porque la gente va o vuelve de almorzar. No entendés, ellos tardan una hora y media para lo que vos usás tan sólo veinte minutos, inlcuido el cepillado de dientes. Cuando la gente dice hasta mañana, no entendés nada, si cuando vos te vas ellos ya no están y cuando vos volvés ellos ni se despiertan aún. Mañana es hoy y ayer también. Buscaste otro café. Invariablemente se morirá de frío en tu olvido durante el próximo llamado. Vinieron a buscarte. Dos personas, la infartante de la blusa coral y el energúmeno de Mercadeo. Ella quería charlar, mostrarse un poco. Comentarte que se estaba organizando una reunión de algún tema específico que deberías participar. A los cráneos organizativos se les olvidará invitarte. El otro tenía un problema urgente que te comentó por teléfono. En realidad, se lo comunicó a tu contestadora. Se fue, llegado a su puesto de trabajo te envió un imeil. Es el decimoctavo en el orden de llegada de todos tu mensajes sin responder. Ya lo harás, ¿lo harás? Será esta tarde o noche, seguramente a la noche, porque para la tarde tenés otras ocupaciones programadas y sabés que habrá otras tantas que te caerán de la nada (o de tus jefes o de tus reportes directos). Quizás esta noche, finalmente, terminarás un café o una gaseosa mezclada con alguna bebida energizante. Ni dos ni tres podrán mantenerte despierto. Lo hará la luz roja de tu teléfono avisándote los miles de mensajes sin escuchar. Los vas a escuchar, abrirás el archivo con todos tus pendientes, agregarás y tendrás unos minutos para contar la cantidad de líneas sin resolver. Reportes comparativos de nada contra todo de años anteriores, respuestas para preguntas simples pero que otros parecen perderse en ellas como en un laberinto cruel, respuestas a preguntas tuyas, que vagamente llenarán tus inquietudes. Te pondrás nervioso. Sentirás eso que es medio inexplicable. Es hambre con estrés. El hambre desaparece con una pizza bien aceitosa recargada de panceta, aceitunas y queso parmesano. El estrés se queda, siempre se queda. A veces, pocas, mengua con una tarde libre o con unas vacaciones. Queda el remedio de la enfermedad, el famoso lo dejo para mañana. Pero ya te comprometiste con tu jefe a revisar todos los temas conflictivos. Llamás, pedís el taxi para bien temprano, antes de que salga el sol estarás nuevamente dejando morir otra dosis de cafeína. Tu familia comenzará su rutina para cuando ya estés bien ocupado terminando algo que era para ayer. Entonces te quedás, será necesario terminar lo que querías postergar porque el tiempo para postergar no existe, lo ocupaste con otra asignación impostergable. Y al cumpleaños de tu amigo llegás via mensaje de texto. No pedís perdón, ni que llegás más tarde, ni que estás con mucho trabajo. Todo eso lo saben. Además, no te sobra el tiempo y apenas te alcanza para teclear "FELIZ CUMPLE". Una vez pensaste en grabar un mensaje modelo, pero tampoco te dio el tiempo para hacerlo. A veces reenviás el mensaje de otro, total tu texto es tan sencillo y apersonal que sirve para todos. Parece que no, pero el trabajo tiene cosas positivas. Amigos, relaciones, progreso, la blusa coral. Pero hoy no lo ves así, ves enemigos, problemas, estancamiento, y ella que seguro ya se habrá ido. Todos planean su fin de semana y vos los desplaneás. De hecho todos saben que los trabajás. Hace algún tiempo que no te excusás más. Antes decías que ya pasaba, que era cuello de botella, que por esa época o que por el cierre de año. "Siempre es por algo", te cansaste de escuchar. ¿Acaso el resto de la gente no entiende? ¿No saben que no te gusta estar allí, que quisieras que todo fuera diferente, que si pudieras harías las cosas de otro modo?
Mientras lees se enfría el último café, llega otro correo y te dejan otro mensaje. La llamada en conferencia es más larga de lo que programaron. No te sorprende, siempre es así. Terminó, todos saludan. Pasará la de la blusa, volverá el de mercadeo. Pero habrá un instante, apenas un segundo para vos.
Es un caso extremo, lo importante sería que tu conciencia te dijera: "estás trabajando demasiado". Ojalá así fuera, sería el primer paso hacia la solución.
Tu escritorio es un cementerio de cafés. No los has terminado por impedimento del ida y vuelta de tus tareas cotidianas. El negro líquido se enrojece intermitenmente. Resplandece y se apaga a trasluz de los vasitos plásticos, es tu contestador automático. Parpadea más que quinceañera enamorada cuando hace ojitos a su príncipe azul. Mensajes que se acumulan a todos los que te dejaron durante la teleconferencia de esta mañana. Larga, pesada, improductiva, como vaca vieja. Algunos toman café, pero vos no podés. Los dejás morir al lado de tu computadora. Has enviado varios correos electrónicos para disculparte de las otras conferencias telefónicas en las que deberías estar participando o haber participado, pero que otra más importante (en tema o porque te la pasó tu jefe) te lo han prohibido. Lo único bueno de estas conferencias es no tener que verle la cara a los otros y poder hacer muecas de no entiendo o de no te soporto o de me duermo sin riesgo alguno. Bostezar tranquilo es un placer como lo es comer chocolates mientras los otros discuten. Nunca sabés qué hora es, te guías porque la gente va o vuelve de almorzar. No entendés, ellos tardan una hora y media para lo que vos usás tan sólo veinte minutos, inlcuido el cepillado de dientes. Cuando la gente dice hasta mañana, no entendés nada, si cuando vos te vas ellos ya no están y cuando vos volvés ellos ni se despiertan aún. Mañana es hoy y ayer también. Buscaste otro café. Invariablemente se morirá de frío en tu olvido durante el próximo llamado. Vinieron a buscarte. Dos personas, la infartante de la blusa coral y el energúmeno de Mercadeo. Ella quería charlar, mostrarse un poco. Comentarte que se estaba organizando una reunión de algún tema específico que deberías participar. A los cráneos organizativos se les olvidará invitarte. El otro tenía un problema urgente que te comentó por teléfono. En realidad, se lo comunicó a tu contestadora. Se fue, llegado a su puesto de trabajo te envió un imeil. Es el decimoctavo en el orden de llegada de todos tu mensajes sin responder. Ya lo harás, ¿lo harás? Será esta tarde o noche, seguramente a la noche, porque para la tarde tenés otras ocupaciones programadas y sabés que habrá otras tantas que te caerán de la nada (o de tus jefes o de tus reportes directos). Quizás esta noche, finalmente, terminarás un café o una gaseosa mezclada con alguna bebida energizante. Ni dos ni tres podrán mantenerte despierto. Lo hará la luz roja de tu teléfono avisándote los miles de mensajes sin escuchar. Los vas a escuchar, abrirás el archivo con todos tus pendientes, agregarás y tendrás unos minutos para contar la cantidad de líneas sin resolver. Reportes comparativos de nada contra todo de años anteriores, respuestas para preguntas simples pero que otros parecen perderse en ellas como en un laberinto cruel, respuestas a preguntas tuyas, que vagamente llenarán tus inquietudes. Te pondrás nervioso. Sentirás eso que es medio inexplicable. Es hambre con estrés. El hambre desaparece con una pizza bien aceitosa recargada de panceta, aceitunas y queso parmesano. El estrés se queda, siempre se queda. A veces, pocas, mengua con una tarde libre o con unas vacaciones. Queda el remedio de la enfermedad, el famoso lo dejo para mañana. Pero ya te comprometiste con tu jefe a revisar todos los temas conflictivos. Llamás, pedís el taxi para bien temprano, antes de que salga el sol estarás nuevamente dejando morir otra dosis de cafeína. Tu familia comenzará su rutina para cuando ya estés bien ocupado terminando algo que era para ayer. Entonces te quedás, será necesario terminar lo que querías postergar porque el tiempo para postergar no existe, lo ocupaste con otra asignación impostergable. Y al cumpleaños de tu amigo llegás via mensaje de texto. No pedís perdón, ni que llegás más tarde, ni que estás con mucho trabajo. Todo eso lo saben. Además, no te sobra el tiempo y apenas te alcanza para teclear "FELIZ CUMPLE". Una vez pensaste en grabar un mensaje modelo, pero tampoco te dio el tiempo para hacerlo. A veces reenviás el mensaje de otro, total tu texto es tan sencillo y apersonal que sirve para todos. Parece que no, pero el trabajo tiene cosas positivas. Amigos, relaciones, progreso, la blusa coral. Pero hoy no lo ves así, ves enemigos, problemas, estancamiento, y ella que seguro ya se habrá ido. Todos planean su fin de semana y vos los desplaneás. De hecho todos saben que los trabajás. Hace algún tiempo que no te excusás más. Antes decías que ya pasaba, que era cuello de botella, que por esa época o que por el cierre de año. "Siempre es por algo", te cansaste de escuchar. ¿Acaso el resto de la gente no entiende? ¿No saben que no te gusta estar allí, que quisieras que todo fuera diferente, que si pudieras harías las cosas de otro modo?
Mientras lees se enfría el último café, llega otro correo y te dejan otro mensaje. La llamada en conferencia es más larga de lo que programaron. No te sorprende, siempre es así. Terminó, todos saludan. Pasará la de la blusa, volverá el de mercadeo. Pero habrá un instante, apenas un segundo para vos.
Es un caso extremo, lo importante sería que tu conciencia te dijera: "estás trabajando demasiado". Ojalá así fuera, sería el primer paso hacia la solución.
Etiquetas: reflexión laboral